► FC: Oliver Ackland.
► EDAD: +1000 años.
► ESPECIE: Vampiro.
► OCUPACIÓN: Miembro de La Trinidad. Noble (cuando era humano) y líder de una de las organizaciones secretas más poderosas en el mundo: The Strix
► RESIDENCIA: Bután y Nueva Orleans.
► FORTALEZAS: Es un vampiro antiguo, así que tiene mayor fortaleza que los vampiros más jóvenes que él. Desde su nacimiento fue un aristócrata, acostumbrado a tener riqueza, poder y derecho de vida y muerte sobre sus vasallos. Tal circunstancia lo hace una persona extremadamente segura de sí misma, contando con tales antecedentes de superioridad.
► DEBILIDADES: Las propias de un vampiro común. Es obsesivo en sus afectos y odios, cruel hasta la exageración con sus enemigos y sin piedad para ellos, lo que a veces lo hace caer en una furia ciega al atacar a sus contrarios. Siente una devoción absolutamente patológica y peligrosa por su hermana Aurora.
► CONEXIONES:
Padres: Conde y condesa de Martel †
Hermana: Aurora de Martel.
Primer vampiro de la línea de sangre de Elijah Mikaelson.
Fue aliado y amigo de Aya Al-Rashid, otrora protegida de Elijah. Por conveniencia tuvo tratos con Marcel Gerard, debido a diversos intereses y para reclutarlo como parte de The Strix.
Tortura
▬
Las palabras incendian los sentidos, y las sensaciones más vivas son las que se comunican por el oído: el placer o el dolor comienzan desde que se imaginan. Y es así como me encontraba aquella mañana, reflexionando casi en voz alta en el monasterio Taktsang Palphug, en la misma estancia en la que, hace menos de un año, administraba a mi hermana la droga correspondiente para mantenerla tranquila, antes de partir para Nueva Orleans y comenzar a buscar la manera de poner un alto a la profecía que amenazaba la existencia de los Vampiros Originales, y por ende la nuestra.
Sin embargo, mi ‘visita’ a la ciudad de Nueva Orleans había terminado con un final peor que la muerte. Finalizó con la tortura permanente de ahogarme una y otra vez, encerrado en un contenedor y con la única compañía de la Serratura, el objeto de magia oscura que impedía cualquier intento de escapar de mi prisión submarina. Allí permanecí durante meses, siempre temiendo por la vida de Aurora, en ocasiones buscando distraerme al recordar cada instante de la muerte del esposo de la híbrida, Hayley Marshall, cuyo corazón dejó de latir en mi puño luego de habérselo arrancado, o también acordándome de la felonía de Aya, que a corto plazo terminó con su propia muerte y la de los traidores que me acompañaron a Nueva Orleans.
Finalmente, algunos miembros de The Strix que residían en Europa y quienes permanecían fieles a mi causa, siendo descendientes de la antigua nobleza, lograron conocer las coordenadas que señalaban la ubicación del contenedor-prisión. Tampoco escatimaron recursos para que el ahora disminuido coven de las Hermanas oscuras derrotara el poder de la Serratura. Una vez libre, sugirieron que repusiera fuerzas para después regresar a vengarme de la familia que por segunda vez ocasionaba problemas en mi existencia: los Mikaelson.
A un costado de la habitación situada en la parte central del monasterio, los primeros rayos del sol ahora iluminaban y se reflejaban en el espejo de agua del impluvium, una representación del estanque interior en donde las brujas del Coven acostumbraban realizar sus hechizos más dedicados y efectivos. Había ordenado que lo construyeran en el monasterio, tal como lo teníamos en la Hacienda Davilla, en Nueva Orleans, como un recordatorio de que al menos parte de la batalla estaba ganada: Niklaus Mikaelson había sido desligado de su línea de sangre; Rebekah y Elijah Mikaelson deberían de seguir la misma suerte que la de su hermano bastardo.
Pese a que ninguna onda desfiguraba en ese instante la superficie del agua, no se puede olvidar que la naturaleza no es estática; su principal propiedad es el movimiento y la condición del movimiento es la destrucción. Algo cambia porque algo muere, algo se crea porque algo se destruye.
Las reflexiones también me remiten al tiempo en el que fui humano, siendo amo por nacimiento y fortuna heredada, con una posición que privilegiaba los abusos y excesos a los que puede llegar un hombre, cuando no son producto exclusivo de su naturaleza, sino también de su poder. Tiempos en los que la tortura no era un castigo justificado por una intención y una finalidad éticas. Cuando el suplicio era gratuito y no había enfrentamiento dialéctico entre un amo y su víctima, incapaz de sublevación.
La tortura… ¡seguramente que a mi regreso a Nueva Orleans no me detendría hasta que los Originales pagaran, en sus seres queridos, las situaciones adversas en las que fuimos colocados por segunda ocasión, mi hermana y yo, por su causa!
Sin embargo, mi ‘visita’ a la ciudad de Nueva Orleans había terminado con un final peor que la muerte. Finalizó con la tortura permanente de ahogarme una y otra vez, encerrado en un contenedor y con la única compañía de la Serratura, el objeto de magia oscura que impedía cualquier intento de escapar de mi prisión submarina. Allí permanecí durante meses, siempre temiendo por la vida de Aurora, en ocasiones buscando distraerme al recordar cada instante de la muerte del esposo de la híbrida, Hayley Marshall, cuyo corazón dejó de latir en mi puño luego de habérselo arrancado, o también acordándome de la felonía de Aya, que a corto plazo terminó con su propia muerte y la de los traidores que me acompañaron a Nueva Orleans.
Finalmente, algunos miembros de The Strix que residían en Europa y quienes permanecían fieles a mi causa, siendo descendientes de la antigua nobleza, lograron conocer las coordenadas que señalaban la ubicación del contenedor-prisión. Tampoco escatimaron recursos para que el ahora disminuido coven de las Hermanas oscuras derrotara el poder de la Serratura. Una vez libre, sugirieron que repusiera fuerzas para después regresar a vengarme de la familia que por segunda vez ocasionaba problemas en mi existencia: los Mikaelson.
A un costado de la habitación situada en la parte central del monasterio, los primeros rayos del sol ahora iluminaban y se reflejaban en el espejo de agua del impluvium, una representación del estanque interior en donde las brujas del Coven acostumbraban realizar sus hechizos más dedicados y efectivos. Había ordenado que lo construyeran en el monasterio, tal como lo teníamos en la Hacienda Davilla, en Nueva Orleans, como un recordatorio de que al menos parte de la batalla estaba ganada: Niklaus Mikaelson había sido desligado de su línea de sangre; Rebekah y Elijah Mikaelson deberían de seguir la misma suerte que la de su hermano bastardo.
Pese a que ninguna onda desfiguraba en ese instante la superficie del agua, no se puede olvidar que la naturaleza no es estática; su principal propiedad es el movimiento y la condición del movimiento es la destrucción. Algo cambia porque algo muere, algo se crea porque algo se destruye.
Las reflexiones también me remiten al tiempo en el que fui humano, siendo amo por nacimiento y fortuna heredada, con una posición que privilegiaba los abusos y excesos a los que puede llegar un hombre, cuando no son producto exclusivo de su naturaleza, sino también de su poder. Tiempos en los que la tortura no era un castigo justificado por una intención y una finalidad éticas. Cuando el suplicio era gratuito y no había enfrentamiento dialéctico entre un amo y su víctima, incapaz de sublevación.
La tortura… ¡seguramente que a mi regreso a Nueva Orleans no me detendría hasta que los Originales pagaran, en sus seres queridos, las situaciones adversas en las que fuimos colocados por segunda ocasión, mi hermana y yo, por su causa!